Los mil ojos de la noche
me miraban bien brillantes
y yo los miraba a ellos
desde la tierra tan distante,
me guiñaban emocionados
con chispas del universo
y uno cayó apurado
desapareciendo por completo.
Invisible en mi suelo
por la negra noche espesa,
con la luna lejos de casa
y estrellas en la cabeza,
cuchicheaban alegremente
aquellas esferas celestes
por el par de lentejuelas
brillando en cielo terrestre.
Ellas miles, yo tan poco,
nos mirábamos inertes
murmurando para adentro,
hablando con la mente,
cerré mi par de ojos
apretando un deseo
y el cielo de este mundo
se apagó todo entero.
Las estrellas se asombraron,
dónde están los dos brillitos?
cómo se habían apagado
esos faros chiquititos?
Los abrí y al instante
los cometas festejaron,
volvían las estrellas
de aquel cielo humano,
más ahora, qué sorpresa!
ya no eran dos diamantes,
no muy lejos en lo oscuro
otro par se abría brillante.
Y yo mirando hacia arriba,
hacia las miles de estrellas,
sin saber que a mi deseo
lo podían palpar ellas,
y admirando su belleza
que encendía mi mirada,
volví a rogar que me pensaras
cuando con la vista al cielo
en el manto oscuro de terciopelo
las contemplaras.