Amo las respuestas que la soledad pide de mí,
noto en la impropiedad de una actitud sin sombra o reflejo
cuanto ha pasado por aquí.
Quiere por amiga la verdad,
que no sabe detenerse,
que sólo conoce levedad.
Contigo se aprende a callar,
a sentirse indemne
en campos abiertos a la instantaneidad.
No es que estás de repente
y al rato, ya no estás.
No es lo que parece,
ni lo que perecerá.
Cuando por las noches resplandece,
la cámara para revelar.
Escenas que acontecen
para que vuelva a soñar.
Sentada a mi lado,
viendo la película que pasa mi cuerpo convencido,
en una pantalla de finísimo plasma licuado,
rebobina lo que hubo sucedido.
Me presta sus ojos para que vea donde la luz no llega,
repeticiones que cambian de lugar,
almácigos de reminiscencias veraniegas,
cumplidos de la vida que no podría olvidar.
Ha debido por primera vez observar
el desorden en la casa del hombre,
la sobriedad metida en un sobre
donde más le gusta estar