Me acabo de dar cuenta
de que cuando dejo de estimular a mi vaso de agua,
este comienza a crear, en su contenido,
unas pequeñas burbujas
que se mantienen estáticas enganchadas al cristal,
y me hace creer que quizás
el agua intenta llamarme la atención.
Cada vez trazo una línea de tinta sobre el papel,
esta, como una mano azulina, extiende un pequeño enjambre de dedos
como raíces diminutas que se incrustan en la piel de la hoja.
Se asemeja a un pequeño río hambriento.
Desde la altura de mi ventana
puedo oír, como chasquidos resecos,
los tacones de las mujeres erosionando la acera,
y he reparado en que
los que producen un mayor sonido
son los de las mujeres con aire altanero.
Serán las sobrecontorsiones que ejecutan en cada paso
las que como látigos dirigen un disparo hacia sus talones, supongo.