Oscar Perez

Delirio para picaflores

Delirio para picaflores

 

No sirvo para nada, yo no sirvo

para nada que no sea lamentarme,

por eso me parezco a la hojarasca

que cruje y gime al viento,

vuelto su oro desventura.

Amé y amé y amé, sinceramente,

sin otra excusa que volver a amar,

porque es, creí, la forma de hallar nido,

de no vagar por la humedad de cada día,

de no implorar a solas un rayo en pleno seso.

Y fui una vez amado, más de una, muchas veces,

y creí, de nuevo yo creí, que eso era todo:

besar sin parpadear bajo la luna,

decir un nombre y que antes de decirlo

ya de vuelta estuviera entre mis brazos la respuesta.

Y así palidecí, viví de amores,

de noches sin final, de las ojeras

del que despierto soñó con la que es suya,

del que dormido la abrazó por no perderla.

Era feliz, diré, era un gusano en plena seda,

nadando en el verdor, flotando en las alturas,

y dispuesto a volar en cuanto el sol alas me diera.

Pero ocurrió después, ya terminada la merienda,

ya listo a descansar, ya convencido de mi estrella,

que el amor se disolvió, cayó en un pozo,

lo aplastó un gran muro, ebrio andaba por las calles

hasta que un camión lo hizo papilla en la autopista de los sueños.

Poco quedó reconocible y salvo,

un labio, un cinturón, unas diademas en el alma,

una pequeña soledad, hilo de sangre de su ausencia,

un hombre, que soy yo, ya indescifrable en su derrota,

ya listo para errar en el lamento para siempre.

¿Qué sucedió, quién me dirá que rumbo sigo?

Hasta aquí ninguno va más que en el mismo cataclismo,

hasta aquí ninguno soy sino el mayor de los llorones.

 

01 06 12