Desde mi celda te escribo y
mando besos mensajeros
que llegan hasta el balcón de tu boca,
pero que regresan de nuevo a mí
por no lograr su entrega.
Quiero escaparme y correr,
ser prófugo de mi soledad,
llegar hasta ti,
asaltarte la tristeza de tus ojos
y como única salida de mis intentos
fallidos,
robarte un tierno roce de tus labios
con los míos.
Y es que no me importa que ese
incitante atraco,
me condene a vivir feliz
la cadena perpetua de
saborearlo,
por siempre
durante el
resto de mi vida.