Yo en ti, quedamente, ardor sempiterno,
sin prisas, como dos suicidas volubles,
leviatanes de lo nuestro…
Me conocí y ágilmente supe
que no era así: desbarajuste mental,
piel muerta dormitando entre las sábanas,
siendo sabedor de que los dioses
asfixiarán su chispazo de esperanza
y la beligerancia será el único pretexto.
Pero esta noche tu boca
es honra de elevaciones,
tu éxtasis en mi capitulación
–blanda y vertiginosa-,
mi engreimiento es un látigo fundido
por las manos rajadas de un anciano
que regalaría su existencia
a cambio de dos segundos más
de vehemencia imberbe.