La noche era mágica,
desprovista de realidades sospechadas,
convulsionada, toda, por el toque fresco
de ignotos suspiros.
La noche y la mujer,
la mujer y la noche;
dueto de frenesí en torno a mis manos,
binomio de osadía por todo mi cuerpo.
La nocturnidad se transformó en fémina,
convertida en bruma y olores;
su cuerpo era fantasía,
danza luminiscente mezclada con la brisa galopante y
sonora,
capaz de arrancar la fertilidad de los tejados,
aglutinar acordes lejanos y voces inteligibles.
Hubo un roce de la piel
y la noche fue más oscura
en torno al heroísmo de un beso.
…la noche compartió mi sexo,
me acarició despacio y voló
a ese mundo extraño
donde parecen almacenarse los recuerdos.