Lento, casi sin darte cuenta,
las palabras se vuelven líquidas.
Juntas tus manos como ánforas,
pero se escurren entre los dedos...
Te arrodillas y desesperadamente,
tratas de impedir
que se pierdan por el sumidero...
Pero allá se van,
a un lugar,
al que nunca alcanzarás...
Te quedas, sentado en la acera,
esperando que llueva,
o algún milagro similar.
Sin ganas de hablar,
seco te has quedado.
Vacío, sin ganas,
menos de grandes charlas
acerca de lo que vendrá.
Ya ni tienes para fingir,
que estás en pleno proceso.
¿Proceso de qué?
Si ni tienes comienzo...
Te olvidas lo que eres,
ya no quieres pensar en ello,
te avergüenzas de estar seco,
convertido en simple mortal.
Si te gritan por la calle,
¡Ey, como va poeta!
Giras la cara,
hacen que en sordo te conviertas,
sigues tu camino...
Paren!... me avergüenzan...
Cuando las palabras
se escurren de la mente,
te das cuenta que el decir,
es el motor que maneja tu cuerpo y mente...