Allá donde las montañas separan los mundos,
el más anciano del poblado
escuchaba a sus ancestros,
contar una historia:
“Cuando en la existencia
de los seres vivos, había pura armonía,
el cazador y la presa tan sólo eran
ciclos de la vida de supervivencia
,
hasta que el ser humano fue desarrollándose,
en su afán de codicia, cazaba por diversión
acabando con los demás hermanos de su especie,
incrementando su avidez.
Fue el Dios de la tierra, quien castigó al hombre dotándolo
de vestiduras, y mermando sus miembros para acortar sus instintos primarios.
Los condenó a tener que construir su propio mundo lleno de banalidades,
Y pagarían dia a día sus propias hipertrofias de mezquindad”.