Miyagui yuyatsi

Microcuentos (para el hombre que no tiene prisa)

 

 

 

 

Las diferencias.

 

Desde pequeño aprendí  a diferenciar el olor entre mariguana y tabaco.

Aun antes de haberla besado por primera vez, creía conocer el sabor de sus labios.

Cuando ella partió y me sentí demasiado solo entre esquinas de humo y plomo, decidí esperar su retorno encerrado en mis versos.

¿Cuando vuelves?

– Muy pronto-dijo ella-.

Aquel día en que toque tu puerta y te diga vámonos a la playa.

Tal vez habían pasado un par de años, pero yo notaba todo igual; Su cuarto seguía intacto en contraste a todo el apartamento semivacío.

Y en su nombre yo había aprendido a diferenciar el sabor de los besos, sintiéndome tan miserable de mentirle al teléfono contándole que todavía le era fiel.

… aun antes de haber fumado por primera vez  en cada pitazo sentía el calor de su aliento…

Una tarde el poeta salió a comprar la siguiente dosis con la excusa de esperarla.

No acababa de doblar la esquina cuando una mujer muy hermosa se bajó de un auto justo frente a su puerta.

Y por momentos el entro en conciencia, pero no se inmuto ni con la mirada que su espalda alcanzo a captar.

 

 

 

 

 

 

 

Desconfianza.

Después de tener sexo siempre una incógnita rondaba por su cabeza.

¿Donde habría aprendido ella hacer todo eso?

 -si se supone que soy el primero- meditaba el hombre con los parpados cerrados.

La duda se disipaba cuando los senos de ella rozaban su miembro, lista para el 2do round…

 

 

 

 

 

 

La inspiración.

 

Recién llegado de graduarse, el compositor recostado en su piano, observaba una fila de hormigas que cruzaba el blanco techo. En su regazo tenia cientos de partituras cuidadosamente ordenadas.

Había planificado por tanto tiempo aquella obra maestra que se disponía a comenzar.

Con una mano empezó a jugar con las teclas blancas mientras con la otra dirigía la orquesta. 

El se imaginaba interpretando su bella música en los teatros de Paris, Berlín, Tokio…sentía los aplausos semejantes a las olas q corrían en su jardín de arena.

Y paso varias horas reorganizando sus ideas; pero ninguna melodía le convencía para el inicio.

Tocaron a la puerta de su estudio; al principio pensó que era la brisa de la playa, que empujando las pesadas cortinas pellizcaba al viejo Yamaha.

-Un momento- dijo - incorporándose y colocando las partituras en un atril de caoba.

-Es la chica de los ojos verdes- dijo la criada-, ¿si se acuerda de ella? Pues desea hablar con usted.

El compositor cerro sus ojos intentando imaginarla, después de seis años la volvería a ver.

-Dígale que pase - el compositor exclamo mientras se arreglaba el cabello.

Y se asomo sigilosamente a la ventana.

Cuando la vio, cerró su puerta con picaporte.

Y empezó a escribir…

Tocaron su puerta pero el ya estaba envuelto en la armonía de su tan esperada obra.

Evocando con la primera nota  algun suspiro olvidado.