Ya no quiero
cargar conmigo.
Ya no quiero
escribir
de lo que soy
y lo que no soy.
No quiero.
Ya no quiero
vomitar
mi sangre
en letras,
ni tragar
mis ganas
en certezas
que, al final,
me condenan.
Ya no quiero
preguntarme.
No quiero.
Ya no quiero
ser feliz
(es un absurdo).
Reír mundo afuera,
llorar
puertas adentro.
Ya no quiero
amar.
Ya no quiero.