No escuchar, y que no se note, es un gran talento (un arte) que se adquiere con práctica pero también con técnica.
Adquirir el patrimonio de su arte, parte de un principio simple: dominar los gestos de la cara, el lenguaje sub-versivo de los ojos, y ser preciso al responder a un comentario no-escuchado con la última frase dicha por el interlocutor. El interlocutor promedio, remata una anécdota o comentario, con una palabra que describe lo que le provoca el suceso relatado. Por ejemplo: -"Es increíble!"- o -"Qué desastre!"-. A lo cual el "no-escucha" deberá responder: -"Sí, realmente increíble!"- o -"qué desastre... de verdad..."-. En caso de que no haya podido captar el espíritu del comentario -en la última frase del interlocutor- entonces, el "no-escuchante" podrá recurrir a frases hechas, que con la entonación adecuada, reemplazarán muy bien a las frases "personalizadas". Para esos casos se recomiendan: "mirá un poco", "en serio", "che Dios" (si es algo triste), "qué horror!" (si es algo dramático), "espectacular!" (si es algo bueno) y "no me digas..." o "quién lo hubiese dicho...", si se trata de un chisme o confidencia reveladora. "Cuánto me alegra!" es ideal para festejar los logros del inter-locutor "no-escuchado". "Ahhh", o "ahá" para significar que se da seguimiento a una idea, o que se recibió y procesó, adecuadamente, una información del tipo de qué desea almorzar el inter-locutor "no-escuchado".
No preocuparse mucho, pues con cierto ejercicio de la técnica se superan las pruebas, pues esas personas que charlan con "no-escuchantes", solo quieren ser oídas, no escuchadas. La presencia del inter-locutor "no-escuchante" es a los únicos efectos de que las palabras reboten en la mente del "no-escuchante" y no en la pared.
Pero existe un paso previo para el logro del arte de no-escuchar y que no se note. Se debe primero dominar una técnica aún más compleja: la de escuchar sin escuchar; cuya teoría reza: "sentir el ruido de las palabras rebotando en la mente, resistirse a racionalizar... cosificar la palabra como objeto de defensa ante el mundo y su barullo... enarbolar la no-distracción como principio de distracción para todo, menos para aquello que nos interesa... desnudar palabras, des-vestirlas de significado; con la única finalidad de protegernos de aquel que nos habla y que no escuchamos". El verdadero genio del arte de no-escuchar es aquel que nada escucha de un largo discurso pero tiene la sublime virtud de reaccionar y responder cuando un sarcasmo le es brindado en bandeja por el interlocutor no-escuchado, que sólo en ese momento ve al "no-escuchante" pisotear su propio principio. Herida de muerte la esencia del "no-escuchante" (por la comprensión de los dichos del hablante o interlocutor) aún así seguirá latiendo -a pulso firme- la esperanza: renacer para recorrer nuevamente aquellas sendas del venerable arte de "no-escuchar" al prójimo.