"La vida nos suele castigar/ y hacernos llorar si no hemos llorado./ A unos por no saber amar,/ a otros por amar demasiado".
No puedes pensar en no tenerlo
y no sentir deseos de verlo
buscando por instinto tu pecho.
Puedes hacer caso omiso del dolor,
al margen de que haya o no amor
en la forma en que lo has hecho.
No puedes no querer ver su risa
ni oír su llanto cuando con prisa,
te diga que quiere su tetero;
ver sus manitas acariciándote
y muy a su manera gritándote
¡mamá te amo, cuánto te quiero!
Será como un rayito de luz,
no lo veas como una cruz
que has de llevar a cuestas;
sus caricias y sonrisas serán bellas,
no abundan en tu vida caricias como aquéllas
ni sonrisas como éstas.
Si de vivir le das la oportunidad
y para alcanzar la felicidad
no le cierras los caminos
y lo guías con tu presencia,
se unirán por el amor sus existencias
y lo mejor de sus destinos.
Piensa en todas las alegrías,
en cómo llenará tus días
con su candor, con sus encantos
y que será un regalo de Dios
que despierte oyendo tu voz
y se duerma oyendo tus cantos.
No puedes atentar contra su vida
y dejar definitivamente suspendida
para ti cualquier esperanza
de ser feliz y puedes convencerte
de que no es dándole muerte
como la felicidad se alcanza.
Con seguridad he de decirte
que puedes mañana arrepentirte
si no lo dejas nacer...
Si por el miedo te ciegas
y su derecho a vivir le niegas
por Dios... ¡no lo vayas a hacer!
No hace falta mucha sapiencia
para saber que en tu conciencia
estará un error que no evitaste.
Y el reproche de tu bebé: ¿qué pasó mamá querida?
Yo quise alegrar tu vida
¡pero tú no me dejaste!