Ahora despiertas rejuvenecida, desenvuelta
la pupila a la claridad desnuda,
plegado el párpado y confrontada a la
impresión habitual.
Sorbes la mañana fresca por la ventana
en una profusa inspiración, ilumina
tu pecho: molinete jubiloso.
esta mañana abrieron nuevas lilas
al contacto ardiente de la aurora
y fueron mecidas, risueñas, por la hebra
de viento que insiste en echarte
un bucle sobre el rostro.
Contemplas la calle, sigues sus verdes jardines,
viajas en una rápida inspección hasta
su estrechamiento lejano; te comunica
un espacio abierto.
Que hermoso es ¿verdad? aunque no se
disponga de un gran pensamiento
que atrape este preciso instante con sus
pajarillos lanzados por los aires.
Tú eres exactamente como ellos, armoniosa.
Tienes un parentesco con las flores
matutinas, los jardines, los pájaros:
son tus senos.
El sentimiento cubierto de excepcional blancura,
la mente se tiene apacible a las capas
esenciales del gozo ( una mañana disfrutada
equivale a cuarenta minutos de yoga).
Finalmente tu párpados sucumben seducidos
por la inspiración acometida.
Todavía sigue comenzando la marea blanca
y vuelves a ser niña y aún fuera de tu nombre
te bañas de una inocencia insólita
que en su mínima facción resuena
a través de las estrellas.
Saciada, concluyes que estabas en lo cierto.
Haces el amor con la mañana.
Mentalizado voy visualizándote,
mientras te deseo para mi cuerpo únicamente.