El párroco vestido de negro,
frente al dorado majestuoso altar,
Sus crujientes rodillas inclinó.
Con un ademan se santiguó.
Dejando a su espalda,
El yerto cadáver,
De la hermosa joven ,
De labios purpura,
giró sobre sí,
Para bendecir,
A quién se apresuró a partir.
Dejo entre los vivos.
Muchas almas muertas,
Muchos llantos y olvidos.