Aguardé,
con el sombrero puesto,
encajado
en mis parietales,
esperándote
de luna,
de estrellas,
de vía láctea.
Esperé,
hasta que el sol
salió de madrugada.
Los cobijos del rocío
me los dio la esperanza,
tu recuerdo empedernido,
tu sabor a lejanía.
Te adoré
con el alma
en la mano,
te adoré
como un abad
en su abadía,
amando al Cristo muerto,
adorando al Cristo resucitado.
Te adoré temprano,
te adoré en la tarde,
te adoré en la noche,
cuando tú
ya no estabas.
Te adoré en silencio,
cantando te adoré,
bailando te adoré,
te adoré llorando
y también gritando
y a pesar de todo
tú te habías ido.
CARLOS A. BADARACCO
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