El Verbo era Dios… En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece.
Juan 1:1-5
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.
Salmo 119:105
Los faros
El faro de Alejandría, el mayor de la antigüedad, con sus 135 metros de altura, clasificado entre las siete maravillas del mundo, guió durante dieciséis siglos a los marineros en esa costa egipcia peligrosa y sin puntos de referencia. Percibir sus señales y tenerlas en cuenta significaba regresar sano y salvo al puerto. Muchos faros en el mundo desempeñaron ese papel en las más diversas orillas.
En sentido figurado el faro designa lo que puede guiar e iluminar, señalar los escollos, los que nunca faltan en la vida diaria. ¿Cómo, pues, discernirlos?
«Cuando la oscuridad desciende para rodearme, la Palabra de Dios, como una antorcha, me muestra el camino e ilumina mis pasos. Uno de los beneficios más prácticos de las Sagradas Escrituras es guiarnos en las actuaciones cotidianas. Bienaventurado el hombre que se apropia personalmente de la Palabra de Dios y la utiliza en la práctica como una lámpara a sus pies». Estas palabras de un predicador del siglo 19 siguen siendo actuales. Lector, quizás usted tenga la sensación de tambalear en medio de sus dificultades. Las tormentas de la vida vienen unas tras otras sin que haya una luz que lo guíe. La Palabra de Dios, la Biblia, es un mapa, una brújula y un faro a la vez. Al leerla sin prejuicios, usted descubrirá a una persona, a un Dios viviente que salva, que viene al encuentro de los que le buscan con sinceridad para iluminar su vida.