en el silencio cómplice
que enreda la mañana
en mi ventana.
Y la caldera silva
y los platos me miran como sucios espejos
y los cubiertos relucen como espadas sangrientas
y la rutina diaria me avasalla.
Yo los miro con bronca y ellos también me miran
pero sin odio, mansos, pidiéndome cordura
porque debo lavarlos, ordenarlos.
Y entonces no los odio,
porque ellos significan,
que no se quiebre el milagro del día que comienza.
Que se alargue y me lleve
a una tarde, serena como un pozo
donde se encienda la noche en plateados claveles
y me invite a una nueva mañana
donde sigue la vida pacible, cotidiana...
Ma. Julia.