Estremecido temblor de agua, encuentro en la cosquillosa playa de tu risa.
Ternura de viento, azúcar de savia que deja el tronco-aguamiel de la primavera en alborozo.
Mi niña.
Eres velo húmedo al tapiz de tus emociones; mundo que flota al acento de tu latido con la primer vocal que viene hirviendo acurrucada al renglón de tus sílabas y que pronuncias al perfume de burbujeante frazada.
Me regalaste un espejo de papel cuadriculado en agosto venidero y un día de cualquier día un arco de sol luminoso en ocho pilares amaneció sonrosado en tu frente, meciéndose al rubor del viento jilguero, ondulando en tu diadema de mimoso tisú.
Me envolviste en tu manta de letra bordada en arcoíris, golosina de rojo plumón en caramelo y travieso borrón en la pared, donde zigzagueaste el campaneo de mí
enamorado corazón.
Mi niña.
Eres rumor de lluvia, danzarina arrobada en cristal diáfano con trenzas de vano océano de chocolate.
Soy ruiseñor cuando navego en tus ojos.
Escondido: te veo murmurar en absorta holgaría con aquel jardín donde soplan misteriosas libélulas coruscantes o aquellas mariposas de arena hechas de campestre charca, embarradas de merengue-lodo.
Ángel bordejando madrigales en un diario huerto en rosas.
Ya la aspereza de la luna hilvana mis sienes y tú me iluminas como un dulce rayito revoltoso, bombón de agridulce terneza y dientes de goma-leche; cuando te llamo por tu nombre y te abrochas dulzón aleteando entre mis brazos.
Bernardo Cortés Vicencio
Papantla, Ver; México