De las llamas oigo el crujir
y en su mirada se aviva el recuerdo,
del hombre, que del pecado hizo acuerdo
y por tanto del mismo aceptó morir.
Hombre de hierro, del amor maestro,
no fuiste en la cruz vencido, más bien,
con tu figura ahí, dolido de espinas en la sien,
has hecho tu ser, semblanza y legado nuestro.
Resguardo eres, para el que en la tristeza pide
trocar su momento al cobijo de paz,
y sólo en ti señor, tal necesidad reside;
idea única, que a la virtud da más,
que del oscuro mal por tu favor bien despide,
y gracias a tu redención, esperanza das.