Temo al impostor, que en nombre de los hombres
y en nombre de la paz, ama la guerra.
Temo, a la disciplina religiosa, de quien en nombre de Dios,
subyuga el pensamiento de los hombres.
Temo, a la mirada desconcertada,
de un pueblo exaltado, que en nombre de la libertad,
abraza el yugo y le canta y le admira.
Temo, al locuaz discurso, que incita incesantemente ante la vida,
para proclamar, la muerte y la violencia
en nombre de una igualdad, muy desigual.
Temo, a la desolación del hombre,
en cuerpo, alma, espíritu y pensamiento.
Temo, con extremado asombro y estupor, al temor
de perder la libertad, en nombre de ésta,
empero:
Tengo la certeza y la esperanza, de poder andar
libremente entre las horas, de poder soñar largamente,
en el silencio, de poder mirar hacia el mañana,
Y mirar en los ojos de los hombres,
mujeres, ancianos y niños, el embeleso de la calma.
vivir el tranquilo despertar de una mañana,
donde impere la pausada alegria,
de mirarnos nuevamente
como hermanos, lejos del discurso
que atropella e incita al odio, a la guerra;
al inquietante desafío del ímpetu locuaz,
de quien a su paso sólo despide:
odio, temores, rencores y violencia.