La naturaleza de los hombres
soberbios y viles es mostrarse
insolentes en la prosperidad y
abyectos y humildes en la adversidad.
Yo quería saber de
aquel mundanal ruido,
quería meterme
y aturdir mi existencia.
Deseaba entender
el mensaje de lo altivo...
y cuando más me llenaba,
más feliz me sentía.
Advertí esa luz
tan gigante como el sol,
percibí el mar
y en su frenesí me aturdí
Reparé en el silencio
y en lo efímero...
y en la visión utópica
de un fugaz renacer.
Orienté mi norte
donde el norte me clamaba,
me llené de oro
y de orgullo mundano.
Oculté mi humildad
donde nadie la viera...
y perseguí la opulencia
como virtud de la vida
Ignoré la amistad,
la perpetua armonía,
conferí sin piedad
mil castigos al pobre.
Y hoy nada tengo,
sólo la voz de lo ignoto
que me sigue entre abismos
y laberintos profanos.
Ya nada me queda,
sólo la luz implacable
de una sórdida cadencia
de silencios sin vida
sin euritmias, vacía.
CARLOS A. BADARACCO
25/6/12
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