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Almas y torsos

 

 

Si de un templo torciéranse columnas,

así desmoronándose los preceptos banales.

Y agrietándose dioses esbozados en techos,

retumbarán los ecos de su infierno,

desde las pestilentes y huecas cavidades,

donde asola una vida

que tan sólo cocina

con desdicha y entierro.

 

 

Dioses despóticos de traje y luces,

dioses reconociendo a otros en su propio

                                                                               espejo,

adoleciéndose por ser tan humanos.

Dioses tosiendo enfermos, contando su dinero,

que en su trova se jactan:

prepotentes se ríen de sus propios hermanos.

Altivos y burlones se mofan, de la

                                                                     virtud

de humildes feligreses.

 

 

Ellos, necios; son bulo:

rescatan la manzana,

argumentan cuales serpientes,

reptan incultos, son seres profanos,

disparan piedras sobre su tejado;

secuestraron recuerdos,

provocaron derivas,

nos nutrieron de amnesia,

polucionaron intoxicando tantas memorias.

 

 

Los dioses que defienden con tridentes

su angelical mentira, sus demoniacas alas.

Taparon su sexo con sexo a escondidas

-acaso hay más lascivia-

Cubrieron de tinieblas

la fiel serenidad del claro día;

con hipócrita sarcasmo,

permitiendo sus leyes hurtos y asesinatos,

la violación y el hambre.

Dioses que soplan verdades a medias

y esconden remedios monumentales.

Dioses que se

                                     honran

con la antinatural y deshonesta deshonra,

del innecesario e impúdico celibato.

 

 

Si de un templo temblara su estructura,

si sus mármoles fueran derretidos,

mostrándose ilusorio; su músculo y dureza.

 

 

Si vetustas, arcaicas simbologías

y fácticos poderes (víricos e insalubres)

desistieran de máscaras y vieran sus vergüenzas.

 

Si cayeran tapices;

sucios, embrutecidos por insana riqueza,

y, evangélicas letras francas no se omitieran.

Si la afrenta guerrera visitara,

de nadie, las ventanas y las puertas.

SI optara en los corazones, la paz,

por darse rienda suelta,

y quedase la envidia, la codicia y los celos,

tales desventuras, desgracias,

giradas, de

                                                       espaldas a toda vida,

difuminadas hasta extinguirse con el mareo

de la vuelta que sigue a otra vuelta,

como su hembra al tornillo,

como el potro ante la jaca,

o como el paso de un raudo cometa,

que no se cansa de errar en el cielo.

 

 

Entonces quizás… la muerte

dejaría de morar

cercenando vil e injusta;

tantos frutos salidos del divino

                                                                        manantial,

que brota espontáneo, sano y con sabrosura.

 

 

Entonces: la hora exacta tendría hora

y el sol declinaría de dañarnos

encubriría grados para lograr salvarnos;

de la quema que habita

en la ingrata prolongación de la soledad.

No podría la niebla hundirse alineando,

sobre la transparencia de la clara solana,

ni tampoco, el tensar de las arañas

alcanzaría, para con veneno enredar,

y pautar junto a dudas apagando la lumbre;

de paisajes honestos y cercanos

y de los horizontes dibujados

con trazo de distancias; un tanto más lejanos.

 

 

318-omu G.S. (Bcn-2012)