Cuando nos encontramos en un beso,
no es el enfrentar de universos alternos,
ni errantes mundos atraídos en su gravedad
o espuma y arena que se entregan a la eternidad,
es el resguardo de un amor profesado,
de un delirio que se acomete sin sentir pesar,
reafirmar a dos almas en mutua bendición
y autorizarse en una idea nada profana,
antes liberada por la virtud y el sentir
de un ideal enraizado desde el resquicio
más profundo, del interno ser enamorado.