¡Oh, Dios mío!
me duele la vulgaridad,
la esencia vil del libertino,
la estúpida ignorancia del anónimo,
la sensación de crítica por la crítica vana,
el mendigo de la idiotez, el infame,
la regocijante vulgaridad de lo profano.
La salvaje injuria a lo magnánimo,
me duele una vez más la inopia,
la necedad por ser necia en sí misma.
¡Oh, Dios mío!
qué dolor siento aquí en mi pecho
por la idiotez que se disfraza de ángel tierno,
la vulgar deslealtad de trivial aspecto
del soberbio rufián de la mentira,
el ladrón de guantes blancos
y el anodino que lo sigue sin escrúpulos.
Me molesta Señor lo vil
lo que pudiendo ser luz es sólo sombra,
las penumbras que esconden la barbarie
porque no tiene más que sabor a estiércol puro,
los insignificantes e insustanciales de la existencia.
Quiera Dios que en las letras
se levante un ventarrón delirante que derribe
la estúpida visión del inservible.
El mal y el bien están a pleno
y lucharán hasta el final a puño abierto.
Malditos los que desatan con envidia
la tímida expresión del alma de los que escriben.
CARLOS A. BADARACCO
26/6/12
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