Tan terrible dolor, lo he curado con risa,
pues el condenado crespón y el sufrir de la vejiga,
creí de la muerte ver ahí cómo postrera amiga;
pero loco reí, no era crespón, sólo una monja con prisa.
¡Ay!, dicha madre me asustó tal el alma,
que de dolencias olvidé que andaba
y que decir de mi vejiga: ¡feliz estaba!,
así que di de beber al suelo con toda calma;
¡Gracias Dios!, por tal incidente,
eso prueba que la muerte nos espanta,
que si yo de éste ardor me curé, felizmente,
dadle a esa monja el cielo, seguro le encanta,
cómo ver alguna vez algo haría al invidente;
Dios mío, ahora mi necesidad de vacío es cosa santa.