Amelia Suârez Oquendo

ILUSIÓN

Lavé toda la ropa, aún sé lavar,
y fregué la vajilla, quise fregar.

 

Después limpié la casa, el dulce hogar,
y me vestí apurada, pensé en pasear.

 

Me fuí andando a la calle, a refrescar,
encontré unas amigas, no quise hablar.

 

Me detuve en un parque, había un rosal
y un perro que ladraba.  Me daba igual.

 

Unos niños jugaban con sus pelotas;
un gato maullaba, no tenía botas.

 

El sol era amarillo, ya sin calor;
contrastaban los árboles, con su verdor.

 

Un hombre, en una mano, llevaba un pan,
en la otra arropaba un tulipán.

 

Una niña le echaba su canto al mar
y las olas, gaviotas veían volar.

 

En el suelo tiradas las hojas muertas,
dormían plácidamente bajo las puertas.

 

Un joven cortejaba su flor de otoño.
Había una mariposa, peinaba un moño.

 

En el cielo las nubes, nubes muy bajas,
cuchicheaban chismosas sobre barajas.

 

El amor no se iba, estaba preso,
la tarde, agradecida, le obsequió un beso.

 

El tiempo, a pasos largos, se apresuraba
y la lluvia, dormida, versos soñaba.

 

Un día rutinario, pensé un momento,
lleno de pena, sed y aburrimiento.

 

Estaba allí, callada, mirando el viento,
de pronto sentí un ruido; un presentimiento.

 

Así te vi llegar, polvo de aliento,
saliste de la nada, como en un cuento.

 

Cobijada a la sombra, de un tronco añejo,
me sentí rama verde. ¡Todo un festejo!

 

¿Eres acaso un ángel que anda viajero,
o un principe encantado de andar ligero?

 

¡Soy el péndulo viejo de un reloj nuevo,
que viene a echar a andar tu amor longevo!

 

Dormida una ilusión, nacía y moría.
El banco estaba tieso. La noche fría.

 

 

Autora:

Amelia Suárez Oquendo

Amediana

 3 de julio de 2012