Cuando no medía mucho más
que la altura de esta mesa,
con el roce de tus labios juraste
amor eternamente mortal,
mortal porque no somos eternos;
el afecto de una simple mortal
que hizo efecto profundo
calando en mi alma y en sus huesos.
Por esa promesa, que un día hiciste,
hoy regreso pero para decirte,
con la mesa de testigo,
que aquel niño que besaste
es este hombre que tu vida ama.
John Clark