Las náyades tiemblan en su entrega divina,
su alma impoluta se amarga al son,
su entrega a la ruina, es un canto de miedo,
y mi llanto a tu sombra, un grito de amor.
Pasadas las horas me abraza la angustia,
el tiempo del luto no entiende el dolor,
te entierro en mi alma, marchita de sueños,
y en tí a mi esmero, en tí mi canción.
Mis letras se guardan, la voz de tu halago,
el tono falaz, de tu risa y tu amor,
en fuego tu nombre, trazado en mi alma,
por siempre querido, mi angustia serás.