Érase una vez en un país muy cercano
vivían mansos, muchos mansos.
Los días, pasto fresco y cercado,
las noches, sueño, sexo y descanso.
Pocos lobos y el pastor sensato.
Lluvias y rocío hacían fresco al pasto.
De vez en cuando el lobo devoraba
un ternero.Pero alguna generosa vaca
otro generaba. Dominaba el pastor
sin abusar y sólo una vez por semana
algún ternerillo adornaba sus viandas.
Tan monótona vida hacía de los mansos
muy mansos. Cuando había un sacrificio,
la manada miraba hacia otro lado
pensando: entre tantos no haré estropicios
y no seré yo el que abandone el cercado.
Esto pensaba el manso recto y recatado.
Pasaron los años de vidas mansas,
y llegaron los tiempos de sequía y de hambre.
Los lobos bajaron de la montaña en manadas
buscando en el cercado algún que otro fiambre.
También el pastor buscaba en su rebaño
lo que no encontraba en el pueblo como antaño.
Ahora los mansos recatados a pares descuartizados.
Cuando no era el lobo era el amo.
Y en unas semanas pocos mansos en el cercado.
El más viejo de la manada recordaba historias
de fuera de la alambrada. Cuando los mansos
no se entregaban mansos. Los terneros, norias
que bajaban y subían ¿Era posible la lucha
contra los lobos? ¿Al amo al que escuchan
podrían matar y empezar nuevas euforias?
¡Ah era demasiado tarde, muy tarde!
Hubo un tiempo en el que uniendo fuerzas
se harían fuertes pero los lobos y el pastor
decidieron por ellos y ahora...Un clamor
de mugidos secretos retumban las cercas
del cercado. Llantos, moribundos rebaños
que sueñan con lobos y pastores pasados.
No se aprende a dejar de ser dominado
en una tarde. Lo primero, rebaños del mundo:
¿Queréis vivir como mansos esclavizados?
Yo os pregunto.