Diaz Valero Alejandro José

El libro de Alicia 10/10

CAPÍTULO 10. El libro que nunca se escribió

 

Algunas semanas después la enfermedad seguía avanzando y Alicia presa del dolor volvió de nuevo a caer en cama.

 

El tratamiento con morfina se hacía inútil para poder evitar los fuertes dolores que la aquejaron en sus últimos días. Así estuvo en varios hospitales hasta que finalmente ya desahuciada fue devuelta a su casa, donde todos sus familiares y vecinos pudieron darle su gloriosa despedida.

 

Fue aquel jueves de concilio trece de marzo de 2008 (víspera de semana santa) en que Alicia de Jesús, unía su sufrimiento al de Jesús, como un homenaje a su segundo nombre, del cual por cierto, se sentía tan orgullosa.

 

Bajo un torrencial aguacero tuvo que ser sacado el féretro con sus restos mortales rumbo a la iglesia donde harían la misa de cuerpo presente, iglesia que tantas veces la tuvo sentada en sus bancas como una gran feligrés, cuyo último rezo de novenario fue el domingo de resurrección, lo cual se nos unió al júbilo de ese domingo lleno de esperanza y renovación espiritual.

 

El pueblo lloraba a su hija ilustre, el agua corría por el pueblo aquella tarde de su despedida, hasta los curas tuvieron que interrumpir su culto porque ahogados por el dolor y el llanto les fue difícil pronunciar palabras; y mientras el silencio en la iglesia se hacía eterno, la lluvia afuera seguía cayendo.

 

El libro que tanto soñó escribir Alicia de Jesús Díaz Urdaneta había sido truncado por una sorpresiva circunstancia. Ella en el dolor y sufrimiento de sus últimos días en su lecho de enferma, jamás volvió a hacer mención de su sueño.

 

Cuento con aclarar que éste no es su libro, esto es solo una breve reseña de lo que pudo haber sido el Libro de Alicia, la humilde mujer que soñó escribir un libro y que la vida no le alcanzó para hacerlo. Irónicamente la vida le había brindado todas las vivencias necesarias para escribirlo, pero le había negado la oportunidad de hacerlo.

 

 

Su tumba no está fría, allí nunca falta un ramo de flores ni una oración, dejada por  su numerosa familia entre hijos, nietos, bisnietos y sobrinos que acuden allí como constancia de amor y respeto a una gran mujer que levantó una gran familia con sacrificio y valentía.

 

Allí sobre esa tumba reposa un libro de cerámica con sus hojas abiertas donde se inscribió un epitafio: “La misma alegría y satisfacción que nos diste al estar entre nosotros, debe haberla sentido el padre eterno el día que fuiste a su encuentro a cobijarte en su regazo.”   

 

A manera de homenaje, como su antiguo compañero, y como su sobrino de siempre, dejo esta historia como un reconocimiento a su bella labor humanitaria y para de alguna manera intentar llenar ese vacío de un libro que dejó pendiente por escribir aquella valiente mujer, mi inolvidable Tía Alicia.

 

Aquella feligrés del pueblo


Murió La mayor feligrés
que había en el pueblo,
y lágrimas a granel
humedecen pañuelos.

Esa ancianita era,
tan noble y sencilla
vivía placentera
en cada capilla.

Sus pasos terrenales,
siempre conducían a Dios;
sus palabras eran frutales
de exquisito dulzor.

Lágrimas de lluvia caían
desde lo alto del cielo,
cuando murió Alicia Díaz
la  feligrés de mi pueblo.

Cantos de gloria eterna
los oídos maravillan
al imaginarla tan serena
en celestiales capillas.

El pueblo ya no es igual,
extraña la feligrés;
que con don espiritual

a todos supo querer.

 

Siempre vivirá en las mentes

de aquel pequeño poblado:

Alicia, la Alicia de siempre...

La del recuerdo sembrado.

 

FIN