Auto retrato de otoño
Yo, el solitario,
el aprendiz de ser humano, el brevas,
que confundió la fe con un talento valeroso,
que halló el amor sólo después de vencidos los boletos,
quisiera dar las gracias todavía
por la eficaz visión de un cielo que aún me espera,
por la bondad sin fin del sol que a diario me visita.
Yo debo ser el musgo que domeña los peñascos,
la silla que aun cojeando se sostiene
o el lagrimón que algo alivió sus penurias de estar vivo.
Mas no es mi ombligo el centro de mis cuitas,
bastante tienes ya de teleseries y corruptos,
yo lo que quiero es dar contigo donde te halles,
poder decirte hagamos juntos el esfuerzo
y entre los dos sembrar el pan de primavera.
Otros dirán cárcel al loco, olvido al olvidado
o ni siquiera verán sus rostros en el mismo bando.
Nunca sabrán que es para todos mi utopía,
pero tú, que saludas, dudas y sonríes,
tú, que atesoras la alegría del orgullo
y el don de ser ni más ni menos que tú mismo,
debes venir al mar de nuestras voces,
a la costa feraz que busca en las arenas
lavar los pies del triste y del cansado.
(Entre el murmullo de los ciegos me sorprendo
yendo hacia ti cual flecha imaginaria
o lavándome en tu piel como en el agua
de un pozo puro se restriega un balde ardiendo).
Hermanos, la verdad es una sola,
tiene mis rostros, por eso es fácil confundirla,
yo, que la busco todavía en mi locura,
sé del reloj que les palpita en las caderas.
Hermanos, vamos juntos, yo agradezco
recibir también tal nombre de las piedras,
del río, del amor, de la guitarra y sobretodo
de vuestras propias voces que me enmudecen
cada vez que creo que me nombran
tan sólo porque cantan como si el sol nos escuchara.
05 07 12