Damas desconocidas y suplicantes,
reyes torpes y de eructos salvajes,
caballeros leales y bufones traviesos,
todos recorren las mismas calles.
Osos y gatos, corderos y gallinas,
y hombres que buscan descifrar,
incógnitas, enigmas indescifrables,
disfrazados de perros sabuesos.
También mendigos alejados del algodón de la hacienda,
vividores de aquella grata opulencia
que se vive; por la mera libertad que concede satisfacción.
Hombres con la cabeza sobre los hombros;
de sabiduría clara y conciencia serena,
o cabezas inútiles que se nutren de corazones,
que ruedan como pelota frente a los pies.
Calles donde se reparten naipes,
y a pesar de lluvias torrenciales
o un sol de mil demonios...
se juegan infinidad de partidas.
Calles donde la apuesta oscila,
entre la fe del querer que importa,
y pródigos intereses que son lujoso deseo.
*** *** ***
Calles recubiertas de blanco gastado,
de lirios desafinados,
de la pesadumbre de ángeles
que perdieron la ilusión,
y, cortándose sus alas ¡las vendieron!
Sé de ángeles que cayeron fatigados,
y derrotados confesaron su atracción,
por la abstracta y dual polivalencia
de la imperfección humana;
y hasta por sencillas preguntas
y el desequilibrio de dudas.
Y ahora estos ángeles,
luciendo duelo caminan,
y orgullosos envejecen junto a esos miedos,
que al convertirse en humanos obtuvieron.
Envejecen como vagabundos,
bajo la, aquí, férrea gravedad inamovible.
Decoran las calles y las abanican,
con las que, antes, fueron sus esplendidas alas.
Ya desasisten las ensoñaciones fanáticas y protectoras,
ya se cohíben a la hora de proclamar reclamando;
pedigüeñas plegarias.
Será que tomaron de la tierra y sus bodegas;
alcalinos de la marihuana y ricos taninos del vino,
será, quizás por eso será,
que se les torcieron las ganas,
y dejando la prepotencia del vuelo,
prefieren los pies que andan.
Despierto observo,
despierto exclamo.
Pues, las calles están repletas,
salpicadas de seres angelicales
que desistieron de serlo;
optaron por abandonar
la certeza mal vista e inalcanzable.
Seres a los cuales,
se les tenía prohibido equivocarse,
errar con actos,
o tal vez, es más que probable,
perder la justa medida del decir,
cuando la mente dicta con la lengua y el habla.
Me gusta ver en mis calles,
la mácula real de la completa existencia,
no un complot dulcificado.
Me agrada ver las edades,
la bicicleta y el bastón,
los años y los siglos y sus equipajes,
y así poder comprender
las peripecias acaecidas,
con el total de las circunstancias.
Me seduce poder dilucidar
donde se halla la santidad o la inquisición,
e incluso especular sobre el término medio.
Me gusta llegar a paladear
la distorsión que emana de la controversia,
la promiscuidad de las líneas divisorias,
la fecundidad del conjunto
y la potencia innata de la unidad.
Las calles se cubren de transmutación,
y la pereza busca un don
para poder abandonar al bostezo.
318-omu G.S. (Bcn-2012)