El niño eterno
Un rayo dorado
lastima la penumbra
de la rueda de horas que van y vienen
El apasionado sol,
con su vehemencia,
se hace dueño del espacio,
hasta que, en lucha pareja,
las sombras de la noche
arrebatan su reinado
y otra vez la sonrisa irónica de la luna,
como única diosa de un cielo obediente.
El poeta en su habitación, sueña
La soledad lo abraza a la pluma
y en su dilema de nostalgias
escarba en el alma triste,
buscando, buscando.
¿Qué busca el poeta?
Las flores que no pierden el perfume,
el amor inmune a la desesperanza,
la belleza pura de la doncella,
que a fuerza de espera,
se esfuma
Mira en torno,
solo encuentra los senderos arrugados,
que el desconsuelo dejó sobre el papel
Nada
hay en la tierra que no perezca
Solo
el amor que guarda el corazón
por el niño eterno