Kabalcanty

DUNA

DUNA

 

 

Una nube de polvo pálido

desdice la esperanza del horizonte.

Estás hincado de rodillas

esperando que el inopinado telón

vuelva a tornarse diáfano.

Tu mano aferra un libro

(¿acaso de páginas en blanco?)

de famélicos lomos ajados

que nombraron autor y titulo

y ahora se amansa abigarrada

una cicatriz de superpuestos sudores.

Se pausó la caricia del sol,

y la luna, en el celaje deseado,

que es torbellino de arenisca,

es un interrogante volátil.

 

Arrecia la tormenta furibunda.

Te pliegas sobre ti, sumiso,

aguijoneado por el mordaz picoteo

del vuelo de la tierra seca.

Besas la candente arena

y no son los labios de ella,

varada en el lienzo del horizonte,

los que reclaman tu beso.

Bebes oscuridad en tus ojos,

argamasa que tapiza tus párpados,

y escuchas un silbido monocorde

que te seduce en dejada quietud,

arropada por el hilo del sueño.

Apenas unos minutos más

para ser irreconocible duna.