Si quisiera llegar a descubrir,
si pretendiera dar a conocer la vida
¿se adecuaría para tal misión
la postura que objeta el gran valor
de todas las fragancias, de todos los colores?
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Por qué hacemos presente a nuestro Dios,
vestido de silencios y tétricos oscuros,
y teñimos su esencia
de lacónicos ruegos sumidos en tristeza.
Por qué hay que recordarlo con el rostro apenado,
y la dulzura de sus ojos
marchitamente decaída;
tras el velo de lágrimas,
cuales ruedan regando sus mejillas.
A qué se debe aquel entendimiento,
que combina flagelos y milagros,
cuando él representa claramente
la total extinción de tanta muerte,
predicando su fe inmensa en esta vida.
Por qué se realiza la plegaria en santuarios,
en donde las tinieblas se resaltan,
untándose sus arcos, sus puertas y emplomados,
con el tono de un órgano; mustio, de timbre lúgubre.
Cabe quizás, alguna útil razón,
que sea suficientemente lógica,
para llenar los bancos de todas las iglesias,
de cabezas postradas y rodillas hincadas,
dolientes en el suelo, suplicando piedad.
Necesitan los hombres,
colgarse al cuello el peso de un rosario,
enmarcar constatando sus pecados
y suplicar perdones,
ensalzar cuáles son sus prohibiciones,
inyectarse castigos,
creer arrepentidos en las justas condenas,
humildes confesar llenos de miedos,
suplicando disculpas ante una cita a ciegas.
Gran bipolaridad
filosófica;
es turbia la cuestión de religiones,
enigma que genera controversia;
escupiendo maneras,
que postran conveniencias y se jactan;
de ejecutar reniegos,
de manipular credos,
y aposentan mentiras y traiciones.
Enorme dualidad dispuesta en la existencia,
o en la interpretación anquilosada,
que hacemos como hombres.
La vida y la muerte,
el blanco y el negro,
culpa e inocencia,
los odios y amores,
las turbias fronteras
que inscriben las lápidas
y acogen las tumbas,
que son religiones.
Nuestra debilidad nos carga la conciencia,
la de esta frágil condición en la que vivimos,
que nos conduce hasta a sentirnos mártires,
o a culpabilizarnos con supuestos delitos.
Delitos que, son causa inevitable
del viaje existencial como transeúnte.
Delitos que, proporcionan perfección,
al besar a la duda y a la equivocación.
Pecados o delitos que
ayudan
mejorando el producto;
ya cabalguemos siendo pecadores,
o la santidad suene en nuestro acordeón.
318-omu G.S. (Bcn-2012)