Cuando tú porte de divina estrella,
marchaba perfumando con azahares
los campos de la vida,
prosperaba tu afable nombre
en el huerto
azul de las campiñas.
Partiste en el silencio torpe de una
perversa mañana,
despojándome de sueños la vida,
ya nadie pronuncia tu dulce nombre,
María Cristina,
será porque cuando muere un árbol,
ya a su paso ha dejado mil semillas,
o porque jamás se acaban las lluvia
y siempre sus puras aguas,
van a ser olvidadas en la sal marina.
Quizás sea el olvido parte de la vida,
y como no te olvidó,
será que me quedé
después de tu partida,
sin aliento y sin vida.
Hoy que ya no tengo tu amada hechura,
las perversas noches me hieren
con un puñal de recuerdos,
y me envuelve
entre sus despiadadas sombras,
convirtiéndome la existencia,
en un farallón de melancolías.
Y me doy cuenta que el ausente soy yo,
porque nada llena tu espacio
y me quedé con tu recuerdo,
perdido por la vida.