Gracias, Señor, por haber escuchado
mi angustiosa plegaria, mi súplica cordial;
gracias Señor porque tengo sus húmedos labios
en mi ancha boca ardiente, sabiamente sensual;
gracias, por su mirada, su tierna mirada anhelosa,
doliente mirada de tierno cordero pascual;
gracias, por su sonrisa, su sonrisa de estatua,
sonrisa de ondulaciones de joven maizal;
gracias por el óvalo de su rostro: por sus almendrados
párpados,
por esa curva grácil de su maxilar
que nace del pallarcito de una oreja
y se difumina en la sombra de otro pallar,
gracias, Señor, por la blandura de su lengua,
afelpada y extensa; gracias por la divina sal
del licor que mana en las vertientes de su boca;
gracias por la agilidad
lingual de sus caricias alocadas y ardientes.
Señor ¿A quién has podido darle tanta felicidad
Sin embargo, te pido
que no dejes tu obra sin terminar:
yo quiero gozar solamente su vida,
el esplendor de su belleza mortal,
quiero deshojar mientras exista
la flor de su juventud primaveral.
Te pido que, sobre la tierra,
nunca se aparte de mí su cuerpo angelical;
que sus labios no besen jamás otros labios;
que sus ojos no miren otros jamás;
que su lengua no roce otra lengua;
que no acaricie nadie la curva divina de su maxilar,
que en el nido calientito y sudoroso
de sus corvas no caiga el beso de otro mortal;
que en la comba dura y pulida de sus muslos
no duerma otro carrillo; que en la oval
y fina orejita sensible
ninguna lengua forastera vaya a tocar;
que nadie aspire el olor de su cuerpo;
que ninguna diestra se amolde a su frontal
cuando durmiendo, su cabecita inocente reposa,
abandonada.
Sólo te pido que hasta la última hora
de mi estada terrenal
no me abandone. Cuando cierre mis ojos
la muerte, ya no deseo nada más.
¿Para qué quiero su alma en el futuro
si no ha de tener ya
su forma, su carne, su color, su perfume,
sus líneas ni sus manos ni su manera de mirar
Si después de la vida
no he de poder besar
su boca encantadora ni sus carnes jugosas
ni mi lengua ha de poder saborear
el salado licor de sus axilas?
¿Para qué quiero ya
que cerca de mí exista
si tendría la tragedia de recordar
y de extrañar la vida con su carne?
Señor mío, te ruego; que sea mía su vida
yo sé que no le veré más.
El infierno me aguarda con sus piras ardientes
¡tanto ha pecado mi carne mortal!
y su alma se irá al cielo
porque en la tierra fue sólo un instante celestial!
(1919)