victolman

ELEGÍA (Abraham Valdelomar)...

 

Gracias, Señor, por haber escuchado


mi angustiosa plegaria, mi súplica cordial;


gracias Señor porque tengo sus húmedos labios


en mi ancha boca ardiente, sabiamente sensual;


gracias, por su mirada, su tierna mirada anhelosa,


doliente mirada de tierno cordero pascual;


gracias, por su sonrisa, su sonrisa de estatua,


sonrisa de ondulaciones de joven maizal;


gracias por el óvalo de su rostro: por sus almendrados

párpados, 


por esa curva grácil de su maxilar 


que nace del pallarcito de una oreja


y se difumina en la sombra de otro pallar,


gracias, Señor, por la blandura de su lengua,


afelpada y extensa; gracias por la divina sal


del licor que mana en las vertientes de su boca;


gracias por la agilidad


lingual de sus caricias alocadas y ardientes.


Señor ¿A quién has podido darle tanta felicidad


Sin embargo, te pido


que no dejes tu obra sin terminar:


yo quiero gozar solamente su vida,


el esplendor de su belleza mortal,


quiero deshojar mientras exista


la flor de su juventud primaveral.


Te pido que, sobre la tierra,


nunca se aparte de mí su cuerpo angelical;

 

que sus labios no besen jamás otros labios;


que sus ojos no miren otros jamás;


que su lengua no roce otra lengua;


que no acaricie nadie la curva divina de su maxilar,


que en el nido calientito y sudoroso


de sus corvas no caiga el beso de otro mortal;


que en la comba dura y pulida de sus muslos


no duerma otro carrillo; que en la oval


y fina orejita sensible


ninguna lengua forastera vaya a tocar;


que nadie aspire el olor de su cuerpo;


que ninguna diestra se amolde a su frontal


cuando durmiendo, su cabecita inocente reposa,


abandonada.


Sólo te pido que hasta la última hora


de mi estada terrenal


no me abandone. Cuando cierre mis ojos


la muerte, ya no deseo nada más.


¿Para qué quiero su alma en el futuro


si no ha de tener ya


su forma, su carne, su color, su perfume,


sus líneas ni sus manos ni su manera de mirar 


Si después de la vida


no he de poder besar 


su boca encantadora ni sus carnes jugosas


ni mi lengua ha de poder saborear 


el salado licor de sus axilas?


¿Para qué quiero ya


que cerca de mí exista


si tendría la tragedia de recordar 


y de extrañar la vida con su carne?


Señor mío, te ruego; que sea mía su vida


yo sé que no le veré más.


El infierno me aguarda con sus piras ardientes


¡tanto ha pecado mi carne mortal!


y su alma se irá al cielo


porque en la tierra fue sólo un instante celestial!

 

(1919)