Las fiestas de mi parroquia,
en mi lejano pasado
fueron sencillas, humanas
y de sana algarabía.
El sonar de las campanas
De la iglesia más cercana
Los fuegos artificiales
Que en el aire retumbaban
A todos nos despertaban.
Obligándonos a dejar
nuestras tibiecitas camas.
Muy poco nos importaba
Queríamos salir al encuentro
De la patrona que ufana
Celebraba su gran día.
Fueron tiempos muy tranquilos.
La vida era muy segura,
poco criminal había
Que saliera a la intemperie
a disparar sus pistolas
A tirar balas perdidas,
que dieran en la humanidad
De una inocente persona,
Entonces el hombre de bien
Podía disfrutar en paz
De las Fiestas de mi barrio
Llevando con él a sus niños
A la abuela y a la esposa
Y al resto de la familia.
Todos salíamos gozosos
La diversión esperaba
Después que la misa oíamos
los juegos tradicionales
el trompo, la perinola
En los festejos de otrora
el licor no se expendía
con la libertad de ahora
en las calles de mi barrio
Y la droga no existía
Solo ventas de empanadas
De arepas y de mandocas
Y de muchas chucherías
Y de maní en cucurucho
De dulces abrillantados
Sabroso algodón de azúcar
Café y agua de panela.
Los paisanos satisfechos
Salían en romería
A reverenciar la Dama
Que augusta los bendecía
Mientras músicos de antaño
Dedicaban a la virgen
Su concierto de alegría
Cuando ilustres parroquianos
En andas la conducían por las calles
de mi barrio adornadas primorosas
con banderolas y flores
y luces multicolores
En esas fiestas patronales
Los vecinos compartían
Alegres y muy tranquilos
Poco forastero iba
Porque ni idea tenía
De que el evento existía
No estaba “internacionalizado”
Los medios no lo difundían
Tardes de toros no había
Templetes, ni bulevares,
Ni reinas, ni caravanas,
Ni tarimas con orquestas
Eran fiestas campechanas
Y de sano esparcimiento
Y de la gente viviendo
En feliz despreocupación.