Una vez más me lo digo
sin que me engrille la pena,
sin falsedad que encadena
con el alma por testigo.
Por mas que le rece al santo
entre flores y velitas,
con oraciones escritas
no se secará éste llanto.
El escozor del quebranto,
estrangula las costillas,
dobla del ser las rodillas,
restando al vivir encanto.
El día se torna espanto,
la noche terrible pena.
La conciencia se envenena,
cubierta en pesado manto.
Con dolores me levanto
escurriendo mis mejillas,
enfrentando pesadillas
ante injusticia me planto.
Es inútil sufrir tanto
en estériles acciones,
suplicando redenciones
a algún poder sacrosanto.
Esperar quién sabe cuanto,
la disección del ombligo.
Y en razonado castigo
excusar amargo llanto.
En la espera no adelanto,
ni alcanzo la mejoría,
quizás mucho más valdría,
asumir el desencanto.
Soltar yugo que no aguanto,
descartar perene duelo,
despegar la piel del suelo,
cambiar de color al llanto.
Al día entonar un canto
con renovada ilusión,
retomar vieja visión
ver la vida con encanto.
Dejar de pedirle al santo
vindicación de mi error,
sobrevivir el dolor,
librar de pesos el manto.
Negarme a ser el mendigo,
disfrutar de la belleza.
Olvidarme de tristeza,
hacer del dolor amigo.
El camino que persigo,
retomarlo con conciencia.
Emprender con diligencia,
la verdad con que litigo.
Por mas que le rece al santo,
sí actuar por mí no consigo,
si no corto ya el ombligo
y compromiso decanto.
No habrá alegría o encanto
que el crecimiento propicie,
Sin que la vida se vicie
en terrible desencanto.