Acta de fe
Desde que la tierra dejó de estar segura
de ser redonda o plana, de ser tierra,
de rodar y rodar sin más por el espacio,
desde que tuvo culpa, vanidad, preocupaciones,
desde que repartió su azul tesoro en hemisferios
y uno fue más o quiso ser mejor que el otro.
(¿Cuándo esto fue, cuándo ha cesado?
¿Comenzó la llama en el chocar de dos pedruscos
o en el sueño tenaz de quien no vio jamás la hoguera
o en el sueño feraz de quien ni supo que ha soñado?
¿Y acaba allí, cuando se extingue la postrera lumbre
o al apagarse los últimos ojos que la vieron
o al cerrarse los ojos que en esos ojos vieron aquel fuego?)
Desde, más bien, que dudo y hurgo con mis pares,
también con mis impares y múltiplos futuros,
desde que cuelgo en mi oración esta camisa
de no poder saber sino que todo es tan incierto,
pleno se azar, coartado en sinrazones,
parcialmente eficaz contra la hambruna y el vacío,
desde que estoy, en fin, desnudo cada ocaso,
puedo decir, quiero decir, hermanos míos,
que con mi mano y mi canción cuentan por siempre,
que, sin saber la otra verdad del laberinto,
mis propios hilos tejo aquí para abrigarnos.
Desde que somos la verdad es una sola:
nada sabemos, pero no por eso renunciamos.
25 07 12