Muero insospechablemente en la desidia
como un bosque que se ofusca en su desvelo
en los campos desolados, sin sol que brille
manchados por la quema de su paso.
Muero sin que mis ojos se derramen
advertidos de la visita que conlleva la amargura
traer sedienta la ausencia bajo un nombre
perfilar la fatiga del alma que se esconde
entre lechos de indulgencia y osadía.
Muero por los ojos secos que se fueron
revocables por la distancia compartida
por aquellos tiempos juveniles, desgastados
entre rocas inquietas, bajo la lluvia
por los corazones enamorados, victoriosos
que hoy lamentan de su gloria la caída
descender la bandera en el ocaso
olvidando al viento el fulgor que la ondeaba
por rentar al tiempo mis deseos y fracasos.
Muero entre el baden de mis adajios
adicto a la remembranza sínica, imperfecta
en el parecer, en la resistencia de mi rostro
en el desafio a la nostalgia, indefensa
en el palpito al abandono, muero y vuelvo
y lloro, queriendo revertir mi coincidencia
el extraño orgullo disfrazado como piedra
muero y querer volver imploro,
más mi alma sórdida, sigue en su tropiezo...