mandril

La Tregua

Vino a pedir perdón, más su plegaria fue reprochada,

ya no podía volver atrás, lo sabía con certeza.

su lamento se expandía desde su destierro,

abrazaba la soledad asentado en su propio tormento.

 

Inexorable alzó sus disculpas en un intento desesperado,

un arrebato agónico, un cometa opaco contra su dignidad.

Como un gigante invisible, olvidado y sin posteridad,

el tiempo ahora encadenado, pide a gritos piedad.

 

El espacio dañado por los remates coléricos de los años

se asoma debilitado a través de un arco iris grisáceo.

No podía perdonar al tiempo que avanzó dejándolo atrás,

no aceptaba lamentos desdichados.

 

Insulso el tiempo se arrodilló,

presentó su respeto y un millón,

se marginó de su vanidad, así como de su impetuosa velocidad,

desprendido de ataduras al espacio conminó:

“Perdonadme hermano mío, no bajeis tus ojos que así navegan perdidos,

Sacadme de mi suplicio, ya no puedo así vivir,

¿No veis que ante ti me abalanzo arrepentido?”

 

En su lugar el espacio estrechó al tiempo en un leve suspirar,

sacó de su corazón el rencor y lo presentó a su hermano,

“El dolor que habeis provocado muere hoy con este pacto”.

Las lágrimas que ambos derramaron sellaron la tregua,

tiempo y espacio ahora unidos, en un alma renacidos.

 

Labraron sus corazones para abrazar al sabio perdón,

hicieron un todo, para dejar nada a la nada,

uno más estable que el otro más volátil,

estacionario y veloz,

los hermanos antes entre sí disputados,

viven ahora entrelazados, separados, bien amados.