Dibujé ríos en la palma de la mano, fundida en ellos, me vislumbré como una calle larga, litoral del mar, confundida con la playa mezcla de sal y ceniza bahía de asfalto, explorada en la oscuridad.
Asesinamos las horas noctámbulas refugiados en un diván; desbordamos la aurora de perfumes, avalancha de fuego y frenesí. Calle perforada por silencios de las horas errabundas con sonámbulas caricias.
Vertiginoso oleaje que se rompía con el golpe constante, tierra adentro, ilícito placer de navegar. Velamen sobre la mancha azul que propiciaba vía libre a nuestras aguas y dio palabras justas al silencio para llamar al torrente de tus venas.
Luminiscente como estrella fugaz recorriste mis adentros en corceles febriles; y yo, acariciando tu espalda domesticaba tu soledad convaleciente, hasta que los ríos se secaron y tu navío pudo naufragar en mi.