El sol no muriendo todavía,
proyectando sus rayos en la Antártida,
derritiendo la nieve endurecida…
¡así se derretía la nieve del alma mía!
con las chispas de fuego, que salían
de tus febriles ojos de topacio.
Cual hierro candente, marcaste
de mi cuerpo… todos los espacios.
Una y otra vez prendiste fuego
y mi espíritu lo llevaste hasta el averno,
para que yo tenga siempre, muy presente…
¡Qué tu amor es fuego... aunque estés ausente!
FELINA