Escribo la eternidad del vestuario
segmento infinito de bóvedas
encadenadas a espacios cifrados
detrás de la corona desnuda
en un alma sin la voz de los días.
A tus dedos que ya son rios,
hojarasca del tiempo no recordado
entre sonámbulos gritos,
asaltantes sin dicha
del otoño estacionado en tu voz
amante del vuelo infinito.
Escribo las raíces metálicas,
el hondo dolor de la rosa
que marchitó la lámpara carmesí
estirándose en el olvido.