Aquellas largas tardes,
segundos gigantescos,
que se paseaban lentamente frente a los dos;
Tu risa haciendo eco en las paredes,
apabulladas por su misma resonancia,
tus manos acaloradas buscando compañia en las mias;
Esas brisas tenues con tu nombre en ellas,
tantos ocasos,
muriendo abrazados en una balada junto al sol,
fundiendose en el mar;
Atardece otra vez,
y me acerco al vaivén de tu cuerpo,
buscando tu labios, aferrandome al calor de tu voz,
esperando la noche.
Esta noche que ha llegado,
ese ocaso que murió,
aquellos tiempos intermitentes que han pasado.