Una anciana muy corajuda
caminaba por una plaza
y se sentó en una banca
con evidente amargura.
sus ojos de mirada dura
miraban a los peatones
que había en los alrededores
caminando sin premura.
Si de algo no había duda
era de su inconformidad
por alguna calamidad
que le causaba amargura;
por eso, la pobre criatura,
meditaba allí sentada
y con cara desencajada
y escasa dentadura
contaba una a una las arrugas
que en sus manos se encontraban;
y de reojo miraba
con manifiesta vergüenza
que había perdido la cuenta
de las arrugas que contaba;
y si eso se contrastaba
con las canas de su cabeza
ya sabrán que la riqueza
de otoñal patrimonio,
es el mejor testimonio
de que los años si pesan
aunque hay quienes piensan
de modo poco meritorio
que siempre vivirán en jolgorio,
y solo les falta, como ven,
salir a comprar al almacén
la ropa de su mortuorio.
*****