Tanta dureza a veces nos convierte en
pequeñas máquinas portadoras de
indiferencia o en pequeños masacotes de
hielo.
Los escritorios son islas, pobladas de
silencios, de naturaleza muerta que torna
un espacio llamado oficina, en un depósito
donde no hay lugar para la luz y la
tibieza que dan el sol y los gestos
afectuosos que nos convierta en seres
verdaderamente humanos-
En última instancia nos volvemos
máquinas trituradoras de nosotros mismos
y del prójimo.
Tal vez la lluvia quiera lavarnos ese
óxido, esa armadura que quita la
capacidad de conmovernos.
Entonces así, más permeables, podamos
despertar de la modorra que minuto a
minuto se lleva el poder de respirar...