Aquí estás... Hilario Ascasubi,
con tu flamante siglo de historia!
Mi memoria se remonta a tres décadas
cuando arribamos una noche helada
en que los vientos sureños te azotaban.
Llegamos... con dos criaturas en brazos,
un moisés, una cuna, algunos muebles viejos
y nuestras maletas repletas de sueños.
Vinimos...
desde la cálida ciudad mediterránea,
la ciudad que no duerme
con sus numerosos bares y sus mil ruidos.
Y llegamos a este pueblo silencioso
donde sólo el viento nocturno silbaba
y las aves despuntaban al alba
con sus sonidos matinales.
Nos cobijaron tus calles terrosas,
tu gente sencilla nos dio la bienvenida
y nos agasajó con los asados campestres.
Aquí se asomó a la vida
nuestro tercer retoño
y tu plaza fue el patio de juego
de esos pequeños en sus primeros años.
Hoy esas maravillosas personas ya adultas
persisten en dar vida a sus sueños,
en esa misma ciudad que me vio crecer,
contra viento y marea, en un país
que pareciera se esmera en desmembrarlos.
Pueblo de Ascasubi,
hoy evoco estos recuerdos!
Tu salita de Primeros Auxilios
era como una extensión de mi hogar,
donde se deslizaba mi vida
y donde desfilaban día a día
gran parte de tus habitantes de entonces
con sus dolencias, sus pesares y también regocijos.
Allí los recibía mi joven marido
con su maletín galeno,
sus ilusiones y sus ímpetus intactos,
con la asistencia de esas loables enfermeras
que brindaban lo mejor de sus existencias.
(Vitra, hoy que ya no estás en este mundo,
te añoro con profundo cariño)
Y así fuimos actores de las primeras reformas
y su resplandeciente nombre de Centro Asistencial.
Algo se quiebra en mí
cuando me acerco a solicitar turno
para alguno de los bulliciosos alumnos de hoy
y una señora tan seria me recibe en la entrada,
mientras yo me esmero en escrutar esos pasillos ampliados
para adivinar dónde era que jugaban mis niños
y donde quedó congelado un pedazo de mi vida.
Estimado Hilario Ascasubi!
Aunque ya no duermo en tu regazo
(paso mis noches algo más al sur
sobre una plácida laguna donde está mi hogar),
hoy vuelvo a recorrer tus calles cada día.
Y como mis sueños de entonces
no fueron desmantelados
y no podían quedar tan incompletos,
partí un día de estas tierras
y regresé con mi reciente título
a trabajar nuevamente en tus escuelas.
Si ayer eras un poblado tan pequeño,
que frente a mi ventana,
allí, del otro lado de la plaza,
allí donde hoy abundan las viviendas,
crecían los matorrales y a veces
se oían los cascos de algún animal
que pastaba sin reparos en nuestro patio.
No fui testigo de tu nacimiento
pero sí de parte de tu crecimiento,
de cómo tu plaza se fue adornando
y tus calles se vistieron de asfalto
y las construcciones abundaron
y te fueron poblando más y más.
Querido pueblo de Ascasubi
con tu juventud centenaria de historia!
Como te debo un trozo de mi vida
hoy te ofrendo este sencillo homenaje
en estas líneas escritas con el alma.
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